Ébola y supersticiones - Alfa y Omega

Ébola y supersticiones

Javier Alonso Sandoica

Está en boca de todos, y llega a convertirse casi en una obviedad, que la desatención hacia el continente africano es una barbaridad sangrante. Que lo nuestro ha sido esquilmar sus pueblos y llevarnos en sacas el género. Tal desatención y aprovechamiento son ciertos, pero sólo parte de la tormenta perfecta que asola al continente desde el post colonialismo: la deforestación educativa. Y cuando dejas al hombre a la suerte de sus miedos, sin las andas de la cultura y el desarrollo espiritual, es capaz de tomar iniciativas inverosímiles y creer cualquier cosa.

Me lo contaban dos misioneros en Mozambique: «El Gobierno ha ideado estos días una campaña muy necesaria para que la gente no crea en los fantasmas. Aquí todos andan perseguidos por la sombra del difunto al que odiaron o con el que tuvieron litigios. La fe que les mostramos les ayuda a saberse queridos y seguros».

La superstición tiene un perfil más feo que el de la culebra retorcida del ébola. A los masais de Tanzania, fieros pero acostumbrados al paso del turista por sus tiendas de abalorios, les hice una broma con el móvil, como si pudiera manejar su sonido a distancia. Inmediatamente, se alejaron varios metros de mí, como si temieran el desencadenamiento de fuerzas de un nuevo hechicero.

A mediados de septiembre, comprobamos trágicamente ese mismo espíritu supersticioso en el África occidental. Los vecinos de un pueblo de Guinea Conakry mataron con machetes y otras armas blancas a ocho miembros de una delegación oficial que informaba sobre el virus del ébola. Entre ellos, se encontraban responsables administrativos y de sanidad, tres periodistas y técnicos de radio. Los degollaron y les arrojaron a las letrinas. Hubo muchos otros relatos de gente atacada en hospitales, trabajadores y voluntarios extranjeros por la franja occidental del continente. La gente de los pueblos sigue aterrada por la presencia de extranjeros. Piensan que son ellos los que traen las enfermedades y temen cualquier clase de contacto.

Los misioneros siempre llevan la cruz y, muy cerca, un plano para el trazado de carreteras. Porque ambas cosas son imprescindibles para que la milenaria cultura africana no quede disuelta en su propia entropía. La fe en un Dios personal les garantiza la seguridad de toda relación verdadera, y el diseño de caminos, colegios y dispensarios les obliga a referirse a la ciencia para su propio desarrollo.