¿Por qué la esperanza cristiana es distinta? Francisco responde: «Lo que esperamos ya se ha realizado» - Alfa y Omega

¿Por qué la esperanza cristiana es distinta? Francisco responde: «Lo que esperamos ya se ha realizado»

«Todos tenemos un poco de miedo» ante la muerte propia o de un ser querido, reconoció el Papa en la audiencia de este miércoles. Pero la irrupción del cristianismo y el hecho único de la Resurrección de Jesús cambió para siempre cómo se vive la virtud de la esperanza

María Martínez López
Foto: AFP Photo/Filippo Monteforte

«¡Y así, por siempre, estaremos con el Señor!». Los fieles que llenaban el aula Pablo VI este miércoles han puesto el punto final a la audiencia general del Papa Francisco coreando esta frase, con la que el Pontífice ha querido resumir su catequesis.

Después de varias catequesis dedicadas a la virtud de la esperanza en el Antiguo Testamento, el Santo Padre ha comenzado esta semana el análisis del Nuevo Testamento. Para profundizar en la novedad que supone la irrupción del cristianismo en cómo se entiende la virtud de la esperanza, Francisco explicó un fragmento de la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, el texto más antiguo del Nuevo Testamento.

Los primeros cristianos ante la muerte

Se trata de un texto escrito para que una comunidad recién fundada, pocos años después de la Resurrección, comprenda «todos los efectos y las consecuencias» de este evento único. Los tesalonicenses no tenían problema para creer en la Resurrección de Jesús –explicó–, pero tenían dificultades sobre la resurrección de los muertos. Una duda «más actual que nunca», porque ante la muerte «todos tenemos un poco de miedo», y siempre pueden surgir incertidumbres al enfrentarse a la idea de la muerte propia o a la de un ser querido.

Una esperanza distinta

Es fundamental, por tanto, volver a los fundamentos de la fe. El Papa distinguió entre la comprensión común de la esperanza, «algo bello que deseamos, pero que puede realizarse o tal vez no», y la esperanza cristiana. Esta «no es así», porque lo que esperamos los cristianos es «algo que ya ha sido realizado; está la puerta ahí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta!».

Esperar, por tanto, es «aprender a vivir en la espera» de encontrar la Vida. Al igual que la madre embarazada, nosotros «debemos vivir en la espera de mirar al Señor, de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende» si se tiene un corazón pobre y humilde. «Solo un pobre sabe esperar. Quien está lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la confinaza» en nada más. Por todo ello, «estamos llamados a orar para» que las personas amadas que nos han dejado «vivan en Cristo y estén en plena comunión con nosotros».

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas:

¡Buenos días!

En las anteriores catequesis hemos iniciado nuestro recorrido sobre el tema de la esperanza releyendo en esta perspectiva algunas páginas del Antiguo Testamento. Ahora queremos pasar a poner en evidencia la extraordinaria importancia que esta virtud asume en el Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesús y por el evento pascual: la esperanza cristiana. Nosotros cristianos, somos mujeres y hombres de esperanza.

Es esto lo que emerge de modo claro desde el primer texto que ha sido escrito, es decir, desde la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje que hemos escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer anuncio cristiano. La comunidad de Tesalónica era una comunidad joven, fundada hace poco; no obstante las dificultades y las diversas pruebas, está enraizada en la fe y celebra con entusiasmo y con alegría la resurrección del Señor Jesús. El Apóstol entonces se alegra de corazón con todos, porque cuantos renacen en la Pascua se convierten de verdad en «hijos de la luz, hijos del día» –así los llama él– (5,5), en virtud de la plena comunión con Cristo.

Cuando Pablo les escribe, la comunidad de Tesalónica ha sido apenas fundada, y pocos años la separan de la Pascua de Cristo; pocos años después, ¡eh! Por esto, el Apóstol trata de hacer comprender todos los efectos y las consecuencias que este evento único y decisivo, es decir, la resurrección del Señor, comporta para la historia y para la vida de cada uno. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, todos lo creían, sino de creer en la resurrección de los muertos. Si, Jesús ha resucitado, pero los muertos tenían un poco de dificultad.

En este sentido, esta carta se presenta más actual que nunca. Cada vez que nos encontramos ante nuestra muerte, o a aquella de una persona querida, sentimos que nuestra fe es puesta a la prueba. Surgen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: «¿De verdad existirá la vida después de la muerte? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he amado?». Esta pregunta me la ha hecho una señora hace pocos días en una audiencia. Me dijo: ¿Encontraré a mis seres queridos? Una incógnita… También nosotros, en el contexto actual, tenemos necesidad de regresar a las raíces y a los fundamentos de nuestra fe, para que así tomemos conciencia de lo que Dios ha obrado por nosotros en Cristo Jesús y qué significa nuestra muerte. Todos tenemos un poco de miedo; la muerte, por esta incertidumbre, ¿no? Aquí viene la palabra de Pablo. Me viene a la memoria un viejito, un anciano, bueno, que decía: «Yo no tengo miedo a la muerte. Tengo un poco de miedo verla venir». Y tenía miedo de esto.

Pablo, ante los temores y las perplejidades de la comunidad, invita a tener firme sobre la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra vida, «la esperanza de la salvación». Es un yelmo. Es esta la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados a comprenderla según el significado común del término, es decir, en relación a algo bello que deseamos, pero que puede realizarse o tal vez no. Esperemos que suceda, pero… esperemos, como un deseo, ¿no? Se dice por ejemplo: «¡Espero que mañana haga buen clima!»; pero sabemos que al día siguiente en cambio puede hacer un mal clima…

La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya ha sido realizado; está la puerta ahí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué cosa debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro que llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza que yo estoy en camino hacia algo que es y no lo que yo quiero que sea. Esta es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es espera de una cosa que ya ha sido realizada y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra resurrección y aquella de nuestros queridos difuntos, pues, no es una cosa que puede suceder o tal vez no, sino es una realidad cierta, en cuanto está fundada en el evento de la resurrección de Cristo.

Esperar pues significa aprender vivir en la espera. Aprender a vivir en la espera y encontrar la vida. Cuando una mujer se da cuenta de estar embarazada, cada día aprende a vivir en la espera de ver la mirada de ese niño que llegará… También nosotros debemos vivir y aprender de estas actitudes humanas y vivir en la espera de mirar al Señor, de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: a vivir en la espera. Esperar significa e implica un corazón humilde, pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la confianza en ningún otro sino en sí mismo.

Escribe aún Pablo: «Él que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él» (1 Tes 5,10). Estas palabras son siempre motivo de grande consolación y de paz. Asimismo para las personas amadas que nos han dejado estamos pues llamados a orar para que vivan en Cristo y estén en plena comunión con nosotros. Una cosa que a mí me toca el corazón es una expresión de san Pablo, siempre dirigida a los Tesalonicenses. A mí me llena de la seguridad de la esperanza. Dice así: «Y así permaneceremos con el Señor para siempre» (1 Tes 4,17). ¡Qué bello! Todo pasa. Pero, después de la muerte, por siempre estaremos con el Señor.

Es la certeza total de la esperanza, la misma que, mucho tiempo antes, hacia exclamar a Job: «Yo sé que mi Redentor vive […]. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos» (Job 19,25.27). Y así por siempre estaremos con el Señor. ¿Ustedes creen esto? Les pregunto: ¿Creen esto? Más o menos, ¡eh! Pero para tener un poco de fuerza los invito a decirlo tres veces conmigo: «Y así por siempre estaremos con el Señor». Todos juntos: «Y así por siempre estaremos con el Señor», «y así por siempre estaremos con el Señor», «y así por siempre estaremos con el Señor». Y allá, con el Señor, nos encontraremos. Gracias.