Estar en la onda de Jesús - Alfa y Omega

Quiero dirigirme a los niños para hacerles entender la importancia que tiene esta Jornada de la Infancia Misionera. Su lema tiene una profundidad especial: Yo soy uno de ellos. Hace casi 172 años, el obispo francés monseñor Forbin-Janson se conmovió cuando unos amigos misioneros le pedían ayuda para salvar a los niños de China. Ante esta demanda, tomó la decisión de confiar a los niños y niñas de su diócesis que fuesen ellos quienes diesen la respuesta. Así surgió entre los niños una corriente solidaria, que les hacía sentir en su propio corazón que podían ser uno de esos niños de aquel país. Y, queriendo imitar a Jesús, se pusieron a buscar lo poco o mucho que encontraban para aquellos niños y niñas. Así fue como se complicaron la vida para cooperar en la ayuda que el obispo les pedía: ser rostro de Jesús para aquellos niños.

Yo os pido a los niños y niñas de Madrid que conocéis a Jesús, y a quienes aún no lo conocéis, que estéis en la onda de Jesús, y así, juntos, ser ese rostro de Jesús con obras y palabras y manos extendidas. Hay muchos niños de este mundo que no tienen lo necesario para vivir un desarrollo total de sus vidas; otros que no conocen a Jesús, y quizá a través de vuestras obras puedan llegar a ver lo importante que es tener su amistad; otros nunca tuvieron la gracia de escuchar esas palabras llenas de amor: «Dejad que los niños se acerquen a Mí: no se lo impidáis». ¿Sabéis lo que significa en la vida de cualquier persona saber que hay alguien que nos quiere con un amor incondicional? Hace muy pocos días, me encontré por la calle a un padre con su hijo. No los conocía de nada. A mí me habían visto por televisión. Aquel padre me paró y me preguntó si lo podía escuchar. Así lo hice. Me dijo: Yo no creo, pero me gustaría que mi hijo fuera más feliz que yo. Te pido que tú, o quien digas, le enseñe a mi hijo quién es Jesús. Aquel encuentro me impresionó. Tomé su número de teléfono y he podido estar con ellos dos días, en los que creció la confianza y se inició la amistad. Un padre que estoy seguro que apunta a su hijo a este camino de confianza y solidaridad que os propongo.

Pensad que sois uno de ellos

Os aseguro que es importante conocer a Jesús. ¡Qué fuerza y ánimo da a cualquier ser humano, y muy especialmente a los niños, saber que Dios se ocupa de ellos y quiere estar a su lado! ¡Qué hondura tiene la vida cuando nos sabemos defendidos por Dios, que quiere regalarnos su sabiduría diciéndonos el valor que tiene la vida humana desde el momento en que nos hacemos presentes en el mundo en el vientre de nuestras madres! ¡Qué belleza y plenitud tiene la vida cuando se la envuelve en la vida de Dios, con la gracia del Bautismo y el Espíritu Santo! Belleza suprema que transforma el corazón por la fuerza del amor que nos regala Jesucristo. Vosotros, niños y niñas, podéis ser misioneros, podéis ayudar a cambiar este mundo y a que otros niños descubran esa belleza que da en plenitud Jesús, y que nos hace mirarnos como hermanos.

Quiero que os fijéis en la realidad que tantos niños del mundo están viviendo. Pensad que eso mismo que hizo el obispo francés, vuestro arzobispo Carlos os pide que lo hagáis vosotros: sed solidarios con los niños más pobres del mundo. Cuando veáis o tengáis noticia de la realidad dura de tantos niños que viven en diversos países del mundo, ayudadlos. Hay niños y niñas enfermos, sin escuelas, sin familia, o que carecen de lo necesario para comer y para recibir educación, o que les falta el amor. Otros ni siquiera son noticia para nadie. Se quedaron sin padres por las guerras, sintiendo el peso del sufrimiento y del dolor. Pensad en aquellos que no tienen reconocida su dignidad, y a quienes se les trata como si fuesen cosas que se utilizan y después se tiran.

Conocer a Jesús es saber, entre otras cosas, lo que Dios piensa de vosotros los niños. Son sumamente expresivas estas palabras de Jesús: «Y, tomándolos en brazos, los bendecía imponiéndoles las manos». En ellas descubrimos el valor que tiene el niño. Mirad a Dios hecho Niño en Belén: allí podéis contemplar la belleza de la infancia y la predilección que Jesucristo manifestó hacia los más pequeños. Pensad en el lema: Yo soy uno de ellos. Imaginaos por unos momentos que no sois reconocidos como personas, que no sois valorados por lo que sois como imagen y semejanza de Dios, que no sois respetados ni acogidos, que no tenéis el calor del amor y el cariño de los vuestros, que estáis abandonados en la miseria, que vivís en la guerra, que padecéis miseria, olvido, sí, sois uno al que no le reconocen ningún valor… Si ahora os digo que os preguntéis: en cualquiera de estas situaciones, ¿qué pediría yo a los niños del mundo? ¿Qué obras y palabras me gustaría que llegasen a mi vida por parte de los niños del mundo? ¿Qué haría Jesús por ellos? Responded pensando que yo soy uno de ellos, y que yo puedo ser Jesús para ellos. Hacedlo desde lo profundo de vuestro corazón. A esos niños y niñas que viven esas situaciones, como las que muchas veces veis en imágenes por televisión, tenemos que hacerles llegar el reino de Dios, el amor de Dios.

Voy a imaginarme que decís las mismas palabras que Jesús: «Dejad que los niños vengan a Mí y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de Dios». Jesús quiere que digamos estas palabras a todos los hombres: que todos los niños y niñas de la tierra tengan el reconocimiento que Jesús hizo de ellos. Os pido que las digáis y hagáis vida, los niños y niñas de Madrid, para los niños del mundo. Él quiere a los niños y niñas a su lado. Él os considera como un modelo a imitar para entrar en el reino de Dios. Las palabras que Jesús tiene para con los niños constituyen una llamada apremiante para alimentar hacia ellos un profundo respeto y prestarles atención. Dios se ha hecho niño. Se ha hecho dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. Ahora, el Dios que se ha hecho niño nos dice: No tengáis miedo, os amo, podéis amar con mi amor, el que os he regalado, y podéis hacer llegar mi amor a todos los que son como vosotros. Decid con fuerza: Yo soy uno de ellos y quiero acercarme a ellos con un corazón nuevo, el que me ha dado Jesús, pues sólo si los hombres cambian su corazón, cambia el mundo y las relaciones entre nosotros. Para cambiar el mundo, necesitamos la luz que es Jesús.