«El amor a nuestra madre configura nuestra forma de ser» - Alfa y Omega

El amor a nuestra madre. He ahí un cimiento de nuestra personalidad. Nadie se escapa de ese test afectivo. Nuestra relación más íntima con nuestra madre configura y decide grandes líneas de nuestra forma de ser. Este tema lleva rondando en mi cabeza desde que me pasó lo siguiente: un hombre de 37 años vino a uno de los retiros espirituales de fin de semana de nuestra parroquia. Lo hacía un poco a regañadientes, porque lo hacía como requisito para poder casarse, tal como pedimos en la preparación del matrimonio. Este hombre había tenido una vida muy dura, había cometido diversos delitos. Comenzó un poco frío y distante pero, poco a poco, se le notaba más emocionado, hasta que llegó el punto de que se confesó, se relajó muchísimo y comenzó a rezar con intensidad. Fue toda una conversión. Se encontró con el Señor y empezó a ir Misa, a hacer oración y confesarse con frecuencia. Cuando me contó su profundo cambio, me impresionó especialmente que al terminar aquel retiro, lo primero que hizo fue llamar a su madre, que está en Bolivia. Había tenido siempre una relación agresiva y violenta con ella. La había odiado y le había dado un sinfín de disgustos. La telefoneó contando lo que había pasado en ese fin de semana. Llevaba mucho tiempo sin llamarla. Simplemente le dijo: «Mamá, te quiero». Nunca en su vida le había dicho «te quiero». Era la primera vez que se lo decía. Me pareció un perfecto propósito de un retiro espiritual. Esto me hizo pensar que la cercanía a Dios sana heridas del pasado. El paso de Dios en nuestra vida arroja luz en nuestro pasado, y en nuestro corazón. Seguramente, este hombre, para seguir en el camino del bien, tenía que reparar tanto dolor como había provocado a su madre. Sentía que no podía casarse hasta que le mostrara amor a su madre. Ahora sabe que es un buen hijo, agradecido a su madre.