El alma de Westworld - Alfa y Omega

Decía Picasso que lo que hace avanzar el mundo no son las respuestas, sino las preguntas. Según Klaus Schwab, impulsor del Foro Económico de Davos, los cambios que se avecinan para la humanidad «son tan profundos que, desde la perspectiva de la historia de la humanidad, nunca ha habido un momento de mayor promesa o de mayor peligro potencial [pues] no solo está cambiando el qué y el cómo de hacer las cosas, sino quiénes somos».

Westworld, Almas de metal, era hasta el presente una turbadora película de Michael Crichton en la que Yul Brynner interpretaba el papel de un robot asesino. Westworld es ahora una de las series estelares del panorama televisivo en la que, más allá de sus logros estéticos y estilísticos, los mecanismos ocultos de nuestra cultura se hacen patentes. No se trata solo de la amenaza de la tecnología que se vuelve contra sus creadores en un espacio que, en apariencia, debiera ser amable, un parque temático. Se trata de una reflexión sobre la identidad humana, el proyecto Lázaro, el proyecto de las nuevas formas de creación y de las nuevas identidades. Jonathan Nolan ha diseñado, para HBO, una serie en la que, a pesar de las dificultades de la estructura narrativa, nos coloca ante cuestiones como la de la conciencia humana y su relación con nuestros actos.

Sería como trasplantar los conceptos morales que se han cultivado en el sistema ético de la modernidad a una tierra recién conquistada que está más allá de la posmodernidad. ¿Si un robot se pregunta por su identidad –Blade runner, Ex Machina, Yo robot– quiere decir que el ser humano tiene clara la suya? ¿No estaremos ante un momento cultural de reformulación de identidades? ¿Dónde está Dios creador si el creador es otro?

Una de las claves de Westworld es el cambio de puntos de vista sobre aquellas cuestiones que hasta ahora han sido patrimonio de lo humano. Por ejemplo, el sufrimiento, el tiempo; la conversión. Los robots adquieren conciencia, sufren, lo que implica que aman y son libres. ¿Es así? Resulta que su conciencia es una conciencia de clase, el principio de la revolución, por cierto. Los humanos estamos obsesionados por disfrutar el ocio. Por eso los libros que más se venden son los de autoayuda. Nuestro mundo se ha convertido en un parque temático en el que quien piensa ahora es la inteligencia artificial. Al fin y al cabo, lo que plantea Westworld, también, es la pregunta por el alma.