El camino hacia la Pascua - Alfa y Omega

El camino hacia la Pascua

I Domingo de Cuaresma

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: AFP Photo/Miguel Riopa

No sería correcto acercarse a la Cuaresma sin percibirla como una parte de la Pascua. Comenzamos un ciclo que tendrá como punto culminante el día de Pascua y que cerrará con el Domingo de Pentecostés. Tres meses, en los que la tensión litúrgica y espiritual se acentúa, y donde la Palabra de Dios trata de reflejar con nitidez los acontecimientos centrales del misterio de nuestra salvación. No se trata de un tiempo de preparación cualquiera. No es baladí que la oración del comienzo de la Misa de este primer domingo haga referencia a las «prácticas anuales del sacramento cuaresmal». Al utilizar el término sacramento se quiere subrayar la eficacia particular de este tiempo como signo mediante el cual el hombre puede beneficiarse de un modo particular de la gracia de Dios. En este primer domingo, el Evangelio nos muestra algunas claves de comprensión de este período, útiles para profundizar en la experiencia de fe de estos días.

Cuarenta días en el desierto

Con el número cuarenta se hace referencia a los días que el Señor pasó en ayuno en el desierto. Por eso, aunque el período cuaresmal sume más de cuarenta días en la actualidad, los días penitenciales antes de la Pascua son exactamente cuarenta, sumando el Viernes y Sábado Santo, días de ayuno pascual, y suprimiendo los domingos, que, por ser la Pascua semanal, no son días penitenciales. Asimismo, el retiro del Señor en el desierto es una clara alusión a los cuarenta años que el pueblo de Israel estuvo en el desierto, en marcha hacia la tierra prometida. Al igual que los hebreos, el Señor no se instala en ese escenario de modo permanente, como un asceta. Su retiro es el paso previo para una misión. De igual modo que en el desierto se había consumado en la Antigüedad la liberación del pueblo elegido de la esclavitud egipcia, ahora, a través del combate del Señor con el espíritu del mal, se da un paso más en el camino de la definitiva redención. Además, venciendo las tentaciones del Maligno, Cristo anticipa su victoria definitiva sobre el pecado y sobre su consecuencia última, la muerte.

El lugar de la prueba y de la oportunidad

El relato de las tentaciones del Señor nos sitúa en el itinerario hacia la Pascua: en primer lugar, caminando nosotros hacia el Señor; en segundo término, acompañando a Cristo hacia la Pascua. Sabemos que toda prueba es una oportunidad. Las tentaciones de Jesús fueron la ocasión para mostrar su identidad y su poder como Mesías. A pesar del cansancio de cuarenta días de ayuno, el Señor deja ver su superioridad frente al tentador. La superación de la tentación es vista como el contraste al pecado de nuestros primeros padres, que hoy la primera lectura de la Misa nos narra. Las pruebas experimentadas por Jesús son, en cierta medida, el paradigma de las luchas que sufrimos los hombres. La primera tentación consiste en la propuesta de realizar un milagro en provecho propio. En el hombre se refleja en la inclinación por utilizar los dones recibidos solo para satisfacer los propios deseos. La tentación de tirarse desde el alero del templo corresponde al deseo de ambición y notoriedad. Por último, el Señor quiere manifestar no solo que el culto debe dirigirse a Dios en exclusiva, sino también que el fin no justifica los medios. Ciertamente, el destino del Mesías es ser rey. Sin embargo, ello no puede llevarse a cabo a través de cualquier medio.

Para vencer las tentaciones a las que somos sometidos, tenemos hoy el ejemplo del Señor y el testimonio de san Pablo, quien nos asegura que la gracia es más fuerte que el pecado. Asimismo, disponemos del alimento de la Palabra de Dios, «toda palabra que sale de la boca de Dios», con el fin de afrontar cada día las tentaciones y contrariedades de la vida.

Evangelio / Mateo 4, 1-11

En aquel tiempo Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoraras». Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás, y a él solo darás culto”». Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.