Merece la pena - Alfa y Omega

Merece la pena

Redacción
La familia Blasco

Señor cardenal de Madrid, señores cardenales, señores obispos, queridas familias:

Somos Manolo y Lucrecia: Los Blasco, como cariñosamente nos llaman nuestros amigos. Llevamos casados 27 años y tenemos siete hijos entre los 26 y los 14 años. Seis de ellos nos acompañan ahora, en este testimonio, y el séptimo está en el cielo: murió como resultado de la explosión de una bomba, en un atentado terrorista en Irlanda del Norte, en 1998. Tenía 12 años.

Sin duda, el acontecimiento que marcó toda nuestra vida familiar fue este terrible atentado, en el que falleció nuestro quinto hijo, Fernando, y también otra de nuestras hijas fue herida. Sólo alguien que ha pasado por un acontecimiento semejante sabe lo que se siente: se te cae el mundo encima, nada te puede aliviar el dolor. Sin embargo, sí hay algo que te ayuda: la unión de la familia en esos duros momentos; el apoyo de la mujer en el marido, del marido en la mujer, y de ambos en Dios, proporciona una nueva perspectiva a ese sufrimiento. La fe da sentido al dolor y te ayuda a perdonar a esas personas que sólo saben odiar: los terroristas. Algunas personas que nos acompañaron en esos duros momentos nos hicieron ver la suerte que teníamos de tener una fe sólida y de ser una familia cristiana.

Ser transmisores de la fe es una misión que todas las familias cristianas tenemos. ¿Quién iba a decirnos que Guillermo, nuestro tercer hijo, tan inquieto, daría testimonio ante Juan Pablo II cuando vino a Madrid en 2003? Eso es un privilegio que nunca hubiéramos soñado. Y, sin embargo, los caminos de Dios son inimaginables. Él, de cosas horribles, siempre saca beneficios, aunque no siempre podamos entenderlo.

A lo largo de todos estos años de matrimonio, hemos pasado todo tipo de avatares: unos buenos y otros no tan buenos, pero el balance es siempre positivo: hoy somos muy felices. Tenemos un hijo casado que espera un bebé con mucha ilusión, otros dos preparan sus próximas bodas, y también tenemos un nieto precioso. Tenemos en acogimiento nuestra sexta hija, y ya es un miembro más de nuestra casa; es un privilegio poder dar una familia a alguien que la necesita para crecer. Seis hijos, muy seguidos, dan mucho trabajo: su educación exige un gran esfuerzo y nunca termina, pero os aseguro que merece la pena. Es una labor preciosa, que cuando van pasando los años tiene su recompensa.

Hoy celebramos el Día de la Sagrada Familia. Es un momento estupendo para pedir por todas las familias del mundo, especialmente por las que pasan por un mal momento, para dar gracias a Dios por tantos beneficios recibidos y para ponernos en sus manos en esta difícil tarea de defender y luchar por la familia.

Manolo y Lucrecia

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Queridos amigos y hermanos, tengo 25 años, pertenezco al movimiento de Schönstatt y os voy a contar la familia que voy a formar. El 15 de enero me voy a Burundi, un país muy pobre de África, donde hay muchos hermanos nuestros necesitados. Necesitan ayuda y medios para comer, porque están muriendo de hambre. Os aseguro que su fe es mucho más profunda y firme que la mía. Y eso no deja de asombrarme, y de ayudarme a que yo siga creciendo y profundizando más en mi fe.

Quiero agradecer a mis padres y a mis hermanos que siempre me han apoyado y ayudado, ya que yo no se lo puse nada fácil cuando me alejé de Dios. Hace casi cuatro años mi vida era muy diferente. Yo no creía en Dios, estaba consumiendo cocaína, saliendo todas las noches hasta las tantas y destrozándome como persona, vamos, era un auténtico crápula. Pero María, la madre del Señor, entró en mi vida. Yo no la buscaba, y ella no paraba de buscarme; aún recuerdo esa primera exposición del Santísimo y esa primera confesión. Ella me ha llevado hasta su Hijo.

Ahora he cambiado mucho, siento que mi vocación, para lo que Dios me llama, es irme a Burundi a construir el Centro Reina de la Paz. Os aseguro que no es fácil, dejo muchas cosas atrás, mi familia, que siempre me ha dado ánimos aunque no me entendiera, muchos amigos, un montón de personas que Dios ha puesto en mi camino y que siempre me han ayudado y dado cariño, tenía un buen trabajo que me apasionaba y donde estaba progresando mucho. Pero, después de haber estado dos meses en Burundi, mi corazón se quedó ahí. Ahí es donde encuentro la Paz, la llamada de Dios.

Durante todo este tiempo de conversión y discernimiento, el apoyo, la compañía y el cariño de mi familia han sido un constante regalo. Desde el primer momento, me dijeron que no me entendían y que no sabían por qué lo hacía, pero que, si era mi felicidad, luchara por ello, que siempre me apoyarían y ayudarían. Por otro lado, todos nuestros hermanos de Burundi se alegraron mucho cuando se enteraron de mi vuelta con ellos, y os aseguro que, durante todo este tiempo, sus oraciones me han acompañado y ayudado muchísimo.

Queridos hermanos jóvenes, como decía Juan Pablo II, no tengáis miedo, preguntadle a Dios dónde está vuestra felicidad, qué camino ha pensado para vosotros. Queridos padres, ayudad en todo a vuestros hijos y apoyadles siempre, aunque los planes de Dios no sean los mismos que los vuestros. Por último, me gustaría volver a agradecer a mis padres todo el cariño y el amor que siempre me han mostrado…, por apoyarme aun no entendiéndome. ¡Gracias!

Joaquín

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Familia González Ortega, durante su intervención

Nuestros nombres son Luisa y Pedro. Somos una familia cristiana perteneciente a una parroquia de esta archidiócesis encomendada a la Orden franciscana, el Santo Niño del Cebú, que ha sido y es nuestra comunidad cristiana donde hemos crecido como cristianos y seguidores de Jesús y donde vivimos nuestra fe. Estamos aquí representando a muchos matrimonios cristianos, que en su día formamos una familia y que la vida y los años nos han llevado a ser padres y abuelos.

Queremos dar nuestro testimonio personal y familiar. Somos el reflejo de los miles, millones de familias de toda España que viven su fe en familia, incardinados, a través de un cordón umbilical, en sus comunidades parroquiales. Fuimos jóvenes (hace ya de ello muchos años), crecimos en familias cristianas donde recibimos unos profundos valores que nos fueron marcando el camino a seguir. Vivimos nuestros noviazgos y nos casamos por la Iglesia, no porque entonces era lo políticamente correcto, sino por convicción y en respuesta a nuestra vocación al matrimonio. Nunca se nos planteó duda alguna sobre ello.

Fundamos nuestra familia bajo los valores del Evangelio. Fruto de nuestro mutuo amor nacieron nuestros tres hijos: Pedro, Javier y David, queridos y deseados, que trajeron la alegría a nuestro hogar y fueron un motivo más para dar gracias a Dios. Nuestro hijo David, tras el parto, sufrió una grave enfermedad que, durante más de dieciocho meses, nos exigió una atención, dedicación y cuidados especiales. Con amor, mucho amor, pudimos ayudarle a superar el sufrimiento que le aquejaba.

A lo largo de nuestro matrimonio, hemos tenido nuestras dificultades, como todo el mundo, pero las hemos sabido superar, con nuestro amor, respeto mutuo, entrega, dedicación y, por supuesto, con la presencia del Señor en nuestras vidas. Lo más importante ha sido vivir en plenitud, de total realización, de alegría, de satisfacciones por ver crecer a nuestros hijos y a nuestras nietas. Hemos experimentado cómo nuestros hijos han crecido y, poco a poco, iban consolidando los valores que pretendíamos transmitirles. Pero todo ello ha sido posible porque nuestra parroquia ha sido y es para nosotros, y lo ha sido para ellos, nuestro segundo hogar, nuestra familia de hermanos en la fe.

No queremos agotar el tiempo de que disponemos sin hacer una ilusionante y esperanzada llamada a todas las jóvenes parejas que hoy viven su amor: que lo vivan fundando una familia, que vivan su amor desde la fe en Jesucristo, que vivan los valores del Evangelio con sus hijos. ¡El Señor no falla nunca!

Pedro González y Luisa Ortega