Un ángel para los enfermos - Alfa y Omega

Un ángel para los enfermos

Jesús Junquera Prats

En el año 1861 el párroco de Chamberí Miguel Martínez OSM, viendo la necesidad de atender y acompañar a los enfermos de su parroquia que no tenían a nadie que los atendiese, formó un grupo de mujeres que le pudieran ayudar en esa tarea. Entre ellas se encontraba Manolita Torres Acosta.

Nacida en Madrid en 1826, fue bautizada en la parroquia de San Martín. De hecho, la pila bautismal fue trasladada a la catedral de la Almudena, donde podemos verla en la actualidad. A los 25 años quiso hacerse dominica pero, al no conseguirlo, se unió a la idea del padre Miguel de atender y cuidar a los enfermos sin recursos en sus domicilios.

Tomó el hábito el 15 de agosto de 1851 con otras seis compañeras, cambiando su nombre de pila por el de María Soledad. Nacían así las Siervas de María, Ministras de los enfermos. En el año 1853 eran ya 23 hermanas, pero tenían grandes problemas para subsistir.

En 1856 el padre Miguel marchó a las misiones y María Soledad se quedó como superiora de las tres casa existentes (Madrid, Getafe y Ciudad Rodrigo). El nuevo capellán la cesó como superiora, surgiendo así el caos en la congregación, que estuvo a punto de extinguirse.

El obispo tomó la decisión de cambiar al capellán y nombró al agustino Gabino Sánchez, quien volvió a poner a María Soledad como directora general. Entre los dos redactan unos estatutos y, con el apoyo de la reina Isabel II, consiguieron que la congregación siguiera adelante, siendo desde este momento Soledad la fundadora. Con su paciencia, humildad y horas de oración diaria, consiguió el fruto esperado. El Papa León XIII aprobó la congregación en el año 1876, año en que se difunde con rapidez por toda España y América. En 1887 ya tenía 29 casas, además del hospital de El Escorial.

María Soledad murió el 11 de octubre de 1887. Fue beatificada por el Papa Pío XII el 5 de febrero de 1950 y canonizada el 25 de enero de 1970 por el Papa Pablo VI.

Desde su comienzo, las Siervas de María gozaron del amor de los madrileños, que veían como las hermanas pasaban –y pasan– a las casas más humildes llevando la alegría del Evangelio. En la plaza de Chamberí late junto al cielo un poco del corazón de Madrid.