«Ser coherente con la fe en el mundo de la empresa no es difícil, pero cuesta dinero» - Alfa y Omega

«Ser coherente con la fe en el mundo de la empresa no es difícil, pero cuesta dinero»

Curtido en mil batallas, Jaime Noguera –marido, padre, diácono permanente de la archidiócesis de Madrid y consultor y formador empresarial durante más de 25 años– cree que «ser coherente con la fe no es difícil, pero suele tener un coste en dinero». A pesar de lo cual, invita al optimismo: «Dios siempre cuida de ti. Siempre. Lo de los pajarillos y los lirios del campo ¡es verdad!»

José Calderero de Aldecoa
Foto: EFE/Salvador Sas

Durante su carrera profesional, ha tenido que vivir situaciones en las que ha sido difícil compatibilizar su fe católica con su trabajo profesional. «Con frecuencia he tenido que aguantar sonrisitas cuando he pedido que, delante de mí, no se blasfemara». También, «a pesar de la cacareada libertad de conciencia, he notado tensiones cuando dedicaba la pausa para el café a ir a Misa; aunque la Misa durase menos de media hora y el café con charla de tus compañeros, casi tres cuartos de hora». Incluso «he dejado algún proyecto profesional por negarme a hacer operaciones opacas a Hacienda; también por pedir que el comité de dirección de la empresa asumiera sus errores, en lugar de arreglar las cuentas con despidos; y, la más curiosa, por esperar que el hijo del dueño de una empresa comprendiera que sus limitaciones (falta de competencia) iban a provocar problemas a cientos de familias».

Curtido en mil batallas, Jaime Noguera cree que «ser coherente con la fe no es difícil, pero suele tener un coste en dinero». A pesar de lo cual, invita al optimismo: «Dios siempre cuida de ti. Siempre. Lo de los pajarillos y los lirios del campo ¡es verdad!».

Consejos para ejecutivos cristianos

Jaime acaba de publicar el libro. Sólo hace falta ser humilde. Guía con 22 sugerencias para el mundo del trabajo y para la convivencia social (Editorial Schedas, con el patrocinio de Acción Social Empresarial). De entre todas ellas, el autor destaca para Alfa y Omega estas cinco:

1. Ocuparse de y por la familia. Tu cónyuge, si estás casado, tus hijos y tus padres (tus mayores, en general). Es el único lugar en el que te van a aconsejar bien, te van a decir cómo son las cosas, vas a tener que aprender a negociarlo casi todo, tienes que hablar y contar las cosas, te van a apoyar… y no te van a hacer un ERE nunca. Es necesario evitar ser alguien diferente según el lugar en donde estás. Y las «cosas de casa» son más importantes que las «cosas del trabajo».

2. Lo que no se «puede contar» es, habitualmente, algo que no se debe hacer.

3. No hay nada comparable a la generosidad: «bendice a quien la da y quien la recibe».

4. Hay que estar alegre en el trabajo, asumir las responsabilidades, comprometerse con los objetivos (ojo: si uno no puede comprometerse con algo, mejor que no lo empiece) y tener el valor necesario para decir «no» a lo que ofende a Dios (nota: si te ofende a ti u ofende a tu familia, también ofende a Dios).

5. Sobre todo: Ofrecer cada día a Dios. O sea, rezar por la mañana, pidiendo a Dios que las cosas quieren como Él quiera que sean. De verdad, sin miedos ni ñoñerías: ¡no nos va a ver nadie más que Dios! Eso sí, los demás disfrutarán o sufrirán las consecuencias de nuestros actos.

Cristiano y empresario de éxito

Con las sugerencias, el autor asegura el éxito. Ahora bien, ¿qué es triunfar? «Si por triunfar entendemos ganar mucho dinero o ser muy poderoso…». Para Jaime Noguera, el triunfo «es mirar a los ojos de los demás sabiendo que has cumplido con tu obligación».

Para ello, asegura, «es necesario poner a la persona en el centro y respetar a quienes trabajan contigo. Hay que ver familias donde otros ven empleados. Es entonces cuando te das cuenta que las personas no tienen “techo” en cuanto al valor que pueden añadir en el día a día». Pero ojo, advierte, «hay que esquivar el 20 % de cosas en las que se concentran el 80 % de los problemas: asumir que las cosas son lo que parecen; entender que el dinero no lo justifica todo (ni siquiera casi todo); saber ser discreto (no cotilla ni murmurador); interiorizar que uno debe estar formándose y aprendiendo continuamente; y (no pasa nada por) aceptar que hay quien sabe más que tú y hace mejor las cosas. La honradez siempre recibe recompensa».