Un Papa Grande - Alfa y Omega

Aunque Francisco es la personificación de la sencillez, el balance de los primeros cuatro años de pontificado, cumplidos el lunes, impresiona cuando se ve en la perspectiva de la historia.

San Juan Pablo II el Grande seguirá siendo el Papa de referencia durante un siglo o dos, pues su pontificado de 26 años, el tercero más largo después de los de Pedro de Betsaida y Pío IX, es casi imposible de igualar. Fue elegido con 58 años, mientras que Jorge Bergoglio asumió esa tarea con 76, y ha cumplido los 80 el pasado diciembre.

Como es lógico, la mayoría de nosotros vemos a san Juan Pablo II desde el final de su pontificado, cuando era un gigante a los ojos de la humanidad. El primer gran reconocimiento global fuera del marco religioso tuvo lugar a raíz del desplome pacífico del régimen comunista en Polonia en 1989, el undécimo año de pontificado.

Pero sus primeros cuatro habían sido muy cuesta arriba. Muchos miembros de la Curia romana escatimaban su apoyo a un Pontífice polaco después de casi medio milenio de Papas italianos. La prensa internacional era más bien hostil y en muchos países solo cuajaba el cariño cuando realizaba la primera visita.

Comparado con aquellos comienzos, los cuatro primeros años de Francisco han sido verdaderamente arrolladores, y no solo por el impacto rejuvenecedor entre los católicos. Es un Papa reconocido como referente moral por los demás cristianos e incluso por miembros de otras religiones. Curiosamente, es respetado por los grandes poderes económicos, cuya avaricia fustiga sin miedo. Y por los estados, como demuestra la invitación a hablar ante las dos cámaras del Congreso de Estados Unidos reunidas en sesión conjunta, formato discurso del estado de la Unión.

La voz que clama con valentía en nombre de los pobres, los refugiados y las víctimas de las guerras resulta molesta para los causantes de estos desastres, pero aun así no consiguen silenciarla, por más que algunos inviertan dinero en medios que critican a Francisco.

Naturalmente, un Papa es un guía espiritual. Y el impacto de Francisco se mide en el corazón, la conciencia y la conducta de las personas que se van contagiando de su alegría, descubren la misericordia de Dios, se vuelven más honrados, tratan mejor a su familia y a su prójimo, o aprenden a ver en los pobres y los enfermos «la carne de Cristo».

La renovación espiritual y evangelizadora –la importante–, está en marcha. Y crece en silencio, como la semilla en la tierra.