Una autopsia muy negra - Alfa y Omega

Una autopsia muy negra

Maica Rivera

El Premio Goncourt 2016 recayó merecidamente en esta tenebrosa novela que viene a dignificar el denostado término thriller. El detonante de la historia es la reincorporación de una madre de dos niños, Myriam, al mundo laboral. Vuelve a un exigente bufete de abogados a pesar de las reticencias de su marido, Paul, y la hostilidad, más adelante, de su suegra, Sylvie, quien la responsabilizará de una mala crianza de sus nietos por puro egoísmo.

Pronto entrará en juego Louise, la niñera que, prevista como catalizadora del conflicto familiar será, sin embargo, el epicentro de algo mucho peor, de la auténtica tragedia. Solo el lector, observador privilegiado, la verá desde el principio como aquello que la recién llegada nunca dejará de ser, una intrusa de quien sospechar.

El matrimonio, obnubilado por el espejismo de una libertad recuperada y el desahogo de la parte más molesta de lo doméstico, dejará que la obsesiva, y finalmente psicópata Louise, en el fondo ajena a cualquier afecto maternal, campe a sus anchas, se adueñe de su casa y también de sus vidas y las de sus hijos con suma facilidad. Tardarán demasiado en percibir las alteraciones de roles naturales, la anomalía que se instaura en el corazón de su hogar. Desde el primer día, la cuidadora infantil excederá sus tareas, pronto traspasará los límites de la normalidad en el desempeño de su quehacer e irá revelando un perfil marcadamente patológico que irá contagiando –esto es lo más sobrecogedor– a la niña, Mila.

Para describir su degeneración de Mary Poppins a Bruja Mala del Este, ¿cuál es la técnica que emplea la autora? Podría haberse acercado a los guiones de las consabidas películas televisivas de sobremesa dominical. Afortunadamente, no tomó la opción fácil. Lo que Leila Slimani hizo fue seguir el oscuro estilo del escritor Henry James para recrearse en una escalofriante ambigüedad, desde el punto de vista narrativo, en la que el mal no termina de mostrarse explícitamente, sino que se insinúa en sombras amenazadoras cuyos contornos van tomando forma según se avanza. Así engorda esos fantasmas pasajeros que amenazan cualquier cambio de rutina cotidiana pero que, en este caso, toman el poder.

Hacen suyo un desenlace cuyo tremendismo no resta relevancia a los temas bien planteados desde la brecha generacional: de los remordimientos de la pareja joven, con ambiciones profesionales, por no dedicar tiempo suficiente a los hijos al choque de esos mismos jóvenes con sus padres, ya abuelos, que siguen soñando con las utopías revolucionarias estudiantiles de su mayo del 68 francés y critican poco constructivamente el materialismo de sus descendientes a pesar de estar igual de aburguesados que ellos. El resultado es una autopsia, fría y aséptica, a menudo desalmada, de los cadáveres que una sociedad, si permitimos que enferme, podría dejar en sus arcenes. Dejando paso a un mundo en el que los más débiles sean por descuido los más desprotegidos, y la oración acabe socialmente devaluada al mismo nivel, como lo está para la protagonista, de la superstición de tocar madera.

Canción dulce
Autor:

Leila Slimani

Editorial:

Cabaret Voltaire