«Lo importante es la oración» - Alfa y Omega

«Lo importante es la oración»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El entonces obispo auxiliar de Madrid, durante una visita pastoral. Foto: Alfa y Omega

El 25 de marzo del año 2007 moría don Eugenio Romero Pose, que fue durante diez años obispo auxiliar de Madrid. Hoy, diez años después de su muerte, son muchas las personas que conservan su recuerdo y lo llevan en el corazón. Próximamente la Iglesia en Madrid celebrará este aniversario con una Eucaristía en la cripta de la Almudena, presidida por el cardenal Osoro.

María Pilar Herrero, catequista de la parroquia Nuestra Señora de Sonsoles, conoció a don Eugenio durante la preparación de la peregrinación de jóvenes a Santiago de Compostela, y su primera impresión fue de «cercanía y sencillez. Y cómo ofrecía su amistad: una vez que lo conocías ya se hacía amigo tuyo. Era muy sencillo y humilde, y al mismo tiempo muy sabio, dos cosas que no son fáciles de conjugar», asegura.

Con los años, esa amistad fue consolidándose, y Pilar fue recopilando retazos de sus conversaciones y encuentros con él. «Don Eugenio vivía una unión grande con el Señor. Yo tuve la suerte de escuchar de él algún testimonio que nunca olvidaré. Un día me dijo: “Vivo tanto la cercanía del Señor que a veces digo: Aparéceteme, y solo me falta que se abra la puerta y encontrarme cara a cara con Él”. Y también me dijo una vez: “Cuanto más confío en Él, más veo lo pobre que soy, pero yo pobre y tú pobre vamos caminando los dos hacia ese corazón misericordioso de Dios”».

Un día en que tenía que ordenar a un religioso que se iba a misiones, don Eugenio le confesó: «Como duermo poco, me levanté muy temprano y comencé la oración sacerdotal, y así, en silencio, estuve en oración muchas horas. ¿No te parece que fue el mejor regalo que pude hacer a ese religioso? Porque las palabras sobran, lo importante es la oración». Pilar también recuerda otro día en que con varios amigos de la parroquia visitó al obispo auxiliar de Madrid: «Nos enseñó la capilla y me dijo: “Mira Pilar, aquí paso yo los ratos con el Señor”. Entonces comprendí de dónde sacaba él la fuerza para llevar con tanta alegría su enfermedad».

En el año 2004, cuando el cáncer ya le estaba dando batalla, don Eugenio reconocía a Pilar que «el otro día me hicieron una prueba muy dolorosa, se me caían las lágrimas. Estaban el médico y otras dos jóvenes médicas, las apreté las manos y les dije: “Dios te ama”. Pero una de ellas no debió de entenderme y yo le dije: “No importa, Dios te ama”».

Unos kilómetros con el obispo

¿Sería posible abrir un proceso de canonización de monseñor Romero Pose? Alberto Fernández, delegado de las Causas de los Santos de Madrid, responde que «la apertura de un proceso no es propiamente una decisión personal del obispo, sino que nace de escuchar la voz de los fieles. No solo es necesario tener la certeza de que una persona vivió santamente, sino que se requiere además que la fama de santidad esté presente en una parte significativa del pueblo de Dios y que crezca con el paso del tiempo: que cada vez haya más personas que se encomienden de modo privado a su intercesión, que su sepulcro reciba visitas, que su memoria permanezca viva en la Iglesia…».

En este sentido, el mismo Alberto Fernández afirma que «para mí don Eugenio es un luminoso ejemplo de amor al Señor, de trabajo oculto, de verdadero servicio a la Iglesia», y ofrece para atestiguarlo su propia experiencia personal: «Antes de encontrarme con el Señor, mi visión de la Iglesia era algo oscura, y me dejaba llevar por los prejuicios típicos que se suelen escuchar. Así llegué al Camino de Santiago que organizó la diócesis de Madrid en el verano del 2004, al que también acudió don Eugenio. Yo no sabía quién era, y mucho menos que era uno de los obispos auxiliares. Pero durante un largo trayecto de la etapa que llegaba a Sobrado de los Monjes se puso a caminar a mi lado, con toda sencillez. Me cogió del hombro, como si quisiera apoyar su cansancio y su debilidad, ya tocada por la enfermedad, sobre mí. No me acuerdo cuál fue la conversación, pero recuerdo perfectamente esta imagen: un señor mayor que me acompañaba, que ponía su brazo sobre mis hombros, pero que misteriosamente me sostenía a mí. Cuando esa tarde vi que el hombre que me había acompañado presidía la Eucaristía, mis prejuicios sobre los obispos como seres oscuros y lejanos comenzaron a derrumbarse».

Alberto, que conserva en casa una fotografía de ambos juntos, considera ese momento con don Eugenio como «el inicio de mi regreso a la Iglesia, a mi casa. No puedo estar más agradecido a Dios por ese pequeño trayecto de camino con don Eugenio».